La mesa
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Aunque nuestros centros de salud están ubicados en una comunidad de bajos ingresos, y almacenamos una gran cantidad de medicamentos, nunca hemos tenido mucho problema con allanamientos. Pero una noche hace unos años, cuando estábamos en medio de una ampliación del edificio, alguien se metió por la fuerza en el edificio
Al presentarnos la mañana siguiente, encontramos tierra y esquirlas de vidrio en la alfombra frente a la puerta trasera. Varias noches después, quebraron otra ventana y se robaron unos cuantos dólares robados de la caja en la recepción.
Le avisamos a la policía, pero continuaron los robos. El intruso parecía estar interesado en nuestros otoscopios (herramientas para los exámenes del oído). El intruso rebuscó nuestra colección de libros sobre embarazos y partos y traveseó con nuestros microscopios. Hizo poco daño y no se robó casi nada, pero dejó rastros de si mismo para que los encontráramos. Estábamos preocupad@s y nos preguntábamos por qué, de todos los sitios donde podía meterse a robar, este intruso escogió meterse en un centro de salud comunitario.
Luego, los episodios de robo se detuvieron por varios meses.
Pero justo cuando nuestro proyecto de construcción estaba terminando, llegamos una mañana y encontramos una puerta de metal, nueva y cara, destruida porque alguien la había abierto a la fuerza con una palanca.
Decidimos que había llegado el momento de ponerle fin a los robos. No estábamos dispuestos a poner barricadas alrededor del edificio, pero sí improvisamos un sistema de seguridad. Mantuvimos una línea telefónica abierta dentro del edificio justo detrás de la puerta trasera, para que el director del centro de salud pudiera escuchar lo que estaba pasando a través del teléfono en la recámara de su casa durante la noche.
Un par de noches después, al director lo despertó el chirrido de metal contra el metal, ya que nuestro visitante nocturno volvió a usar una barra de hierro para abrir la puerta de metal.
Llamamos a la policía y detuvieron a un estudiante de diecisiete años de edad de la escuela secundaria, un paciente nuestro. Había tenido una perdida auditiva de importancia y estaba experimentando dificultades a nivel social y académico. Sus padres se habían dado cuenta que el andaba merodeando en el vecindario de noche y habían puesto un sistema de alarmas en su hogar para que los alertara cuando el trataba de salir de su cuarto. Luego de varios meses sin tener problemas, habían apagado la alarma. Fue entonces que los robos volvieron a empezar.
Dan, un miembro de la junta que a menudo servía de voluntario en el centro, tenía un hijo que había tenido problemas con la ley cuando era adolescente. Nos pidió que no entregaramos a este adolescente al sistema legal. Con nuestra bendición, Dan trabajó con el fiscal, y, finalmente, el tribunal condenó a Tony a dos horas semanales de servicio comunitario en el centro de salud. Llegaba malhumorado y con poco entusiasmo hacia las tareas que le asignábamos: la limpiezas de cunetas y la recolección de basura, la limpieza de maleza, y el mantenimiento de los jardínes.
El aislamiento social ha sido identificado como un factor de riesgo importante asociado con la mala salud y la muerte prematura. Como miembros del personal del centro, habíamos estado intentando resolver el aislamiento de algunos miembros de nuestra comunidad, identificando actividades que disfrutaban e invitándoles (a nuestros pacientes) a que disfrutaran de esas actividades junto con otr@s que compartían los mismos gustos. Habíamos identificado a varias familias a las que les gustaba cocinar, y les habíamos pedido que se reunieran en la cocina / sala comunitaria del centro de salud los miércoles por la tarde para turnarse cocinando para l@s demás. Algunas personas en el grupo hablaban inglés y algunos hablaban español. Estaban también empezando a aprender el idioma los unos de los otros.
Una semana Tony apareció para hacer su servicio comunitario un miércoles por la tarde. Un miembro del grupo se fijó en él y lo invitó a unirse a ellos para la comida. Desapareció, pero reapareció a los pocos minutos con un poco de pan de plátano que había traído de su casa. A partir de entonces, Tony hacía su servicio comunitario los miércoles por la tarde, y se quedaba a la cena comunitaria. Su carácter cambió de sombrío a feliz, y empezó a hacer su trabajo de voluntario con entusiasmo.
En poco tiempo, Tony había completado su servicio comunitario obligatorio, pero seguía viniendo cada semana para servir de voluntario y para comer con el grupo. Nos reímos cuando nos dijo un día que había empezado a patrullar la zona por la noche con su perro, para que nadie pudiera meterse a robar.
Una semana anunció que había alcanzado el cuadro de honor en el estudio por primera vez, así que hicimos una fiesta para celebrar con él. Tony terminó la escuela secundaria a tiempo y se fue a estudiar en una pequeña universidad comunitaria local. Ahora tiene un trabajo en nuestra comunidad.
Como personal, empezamos sintiendo resentimiento por la intrusión en nuestro espacio y los regueros que teniamos que limpiar. Ahora nos regocijamos en el éxito de Tony y nos sentimos orgullosos de él. Es más, hicimos una inversión en su futuro.
Aunque el personal del centro de salud había estado atendiendo a Tony desde hace años, finalmente su allanamiento nos convenció de que no habíamos tenido éxito en hacerle frente a su necesidad de sanar. Tenía una misión, y seguía entrometiéndose en nuestro espacio para comunicárnoslo.
Percibimos la forma de llamar la atención de Tony como un delito, sin embargo la compasión de Dan y la respuesta de Tony nos dió la oportunidad de ver a Tony como una persona en búsqueda de un lazo y de una comunidad, que resultaron ser ingredientes importantes para atravesar una etapa dificil de su adolescencia.
Nuestras contribuciones a su proceso de sanidad no fueron el resultado de nuestro programa tanto como el fruto de las intenciones de las personas - en su mayoría voluntarios y pacientes - que se reunían, en el centro, a partir del deseo de incluir a tod@s. Al final, el personal en su mayoría prestó el espacio y observó como l@s pacientes y l@s voluntari@s cuidaron de Tony y le dieron un sentir de pertenencia y propósito.
The next morning, we arrived to find dirt and glass shards on the carpet inside the back door. Several nights later, a window was broken and a few dollars were stolen from the cash drawer.
We notified the police, but the break-ins continued. The intruder seemed interested in our otoscopes (tools for ear exams). The intruder rummaged through our collection of books on pregnancy and childbirth and played with our microscopes. He did little damage and stole almost nothing, but he left traces of himself behind for us to find. We were unsettled and wondered why this intruder was breaking into a community health center, of all places.
Then the break-ins stopped for several months.
But just as our construction project reached completion, we arrived one morning to find a expensive new metal door ruined because someone had pried it open with a crowbar.
We decided the time had come to put a stop to the break-ins. We weren’t inclined to barricade the place but we improvised a security system by keeping a telephone line open inside the back door so the health center director could listen in to what was happening there at night.
A couple nights later, the director awoke to the screech of metal on metal, as our night visitor again used a crowbar on the metal door.
We called the police and they apprehended a seventeen-year-old high school student, a patient of ours. He had significant hearing loss and was struggling socially and academically. His parents had been aware of his earlier night-time roaming and had had an alarm system put in at home to alert them when he tried to leave his room. After several months without problems, they had turned it off. That was when our break-ins resumed.
Dan, one of our board members who often volunteered at the center, had a son who had had some trouble with the law as a teenager. Dan pled with us not just to turn this teenager over to the legal system. With our blessing, Dan worked with the prosecutor, and eventually the court sentenced Tony to two hours a week of community service at the health care center. He came sullenly and half-heartedly did the tasks we assigned: cleaning gutters and picking up litter, pulling weeds and doing yard work.
Social isolation has been identified as a big risk factor associated with poor health and early death. As a health center staff, we had been trying to address the isolation of some members of our community by identifying activities they enjoyed and inviting people (patients) who enjoy similar activities to do them together. We had identified several families in which people like to cook, and had asked them to meet in the health center’s kitchen/community room on Wednesday afternoons to take turns cooking for each other. Some people in the group spoke English and some spoke Spanish, and they were also beginning to learn each others' language.
One week Tony showed up to do his community service on a Wednesday afternoon. A member of the group noticed him and invited him to join them for their meal. He disappeared, but reappeared a few minutes later with some banana bread he brought from home. From then on, Tony did his community service on Wednesday afternoon, and he stayed for the shared meal. His disposition changed from sullen to sunny, and he began to do his chores wholeheartedly.
Before long, Tony had completed his required community service, but he kept coming each week to volunteer and to eat with the group. We laughed when he told us one day that he’d started to patrol the area at night with his dog, so there wouldn’t be any trouble with people breaking in.
One week he announced that he’d made the honor roll at school for the first time, and we had a party to celebrate with him. Tony finished high school on schedule and went on to study at a local community college. Now he has a job in our community.
As a staff, we started out feeling resentment about the intrusion into our space and the messes we had to clean up. Now we rejoice in Tony's success and feel pride in him and have an investment in his future.
Although health care center staff had been providing standard medical care for Tony for years, his break-ins eventually convinced us that we had not succeeded in addressing his need for healing. He was on a quest, and he kept intruding into our space to tell us so.
We perceived Tony's way of getting attention as an offense, but Dan’s compassion and Tony’s response to what flowed from it gave us the opportunity to see Tony as someone in search of connection and community, which proved to be important ingredients in getting him beyond a rough patch in his young life.
Our contributions to his healing were not the result of our program as much as the fruit of impulses among people — mostly volunteers and patients — who came together at the center to reach out and include one another. In the end, the staff mostly provided space and looked on as patients and volunteers took Tony in and gave him a sense of belonging and purpose.