Una prueba del cielo
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Loida es una paciente de unos cuarenta y tantos años. Ella no tiene pelos en la lengua, usa un lenguaje que no se podría definir como "de buenos modales", a veces espera un trato especial, y siempre me llama "cariño". Ella tiene varias condiciones crónicas, y a menudo la vemos en el centro de salud.
Un día Loida vino para a una cita de seguimiento para su diabetes. También necesitaba una vacuna para la gripe y, después de revisar su expediente, me di cuenta que no se había revacunado para el tétano en diez años. Cuando le sugerí que la asistente médica le pusiera la vacuna para el tétano durante esta visita, ella respondió: "No necesito ninguna vacuna contra el tétano. Yo no conozco a nadie que tenga tétano"!
Le expliqué que el tétano no se contagia por medio de otra gente, sino que es causado por una bacteria que se encuentra en la tierra y otros lugares del medio ambiente - que incluso pequeñas lesiones en la piel pueden exponerlo a uno a esta enfermedad grave. Ella contestó: "¿Así que me está diciendo que todo el mundo debería vacunarse contra el tétano cada diez años?
Le dije que sí, y ella preguntó: "Entonces, ¿cuándo fue la última vez que te vacunaste contra el tétano”?
Recién había repasado mi expediente de vacunas en el hospital, como parte de una revisión rutinaria de credenciales del personal médico. Tuve que admitirle a Loida que habían pasado doce años desde mi última vacuna contra el tétano. Me descubrió.
"Bueno", declaró ella, "Yo no voy a ponerme una vacuna contra el tétano hasta que usted se laponga." Luego agregó: "Y no voy a creer que se la ha puesto a menos que yo lo vea." Se echó a reír, pensando que me había ganado.
Salí de la habitación para ubicar a la asistente médica y explicarle la situación. La asistente médica fue de nuevo en la habitación y procedió a ponerme la vacuna a mí y luego a Loida.
Sobra decir que Loida y yo no tenemos una relación típica entre un médico y su paciente. Ella no me deja estar al mando en cuanto a la forma de nuestros encuentros. A veces su insistencia me obliga a ejercer control propio para poder mantener el sentido del humor.
En esa ocasión, respondí a su desafío como una seña de que existe algo verdadero en nuestra amistad. Tomé su interés en mi propio registro de vacunación como una seña de un compromiso auténtico conmigo a través de un vínculo caracterizado por diferencias significativas, ciertamente, pero también por una reciprocidad valiosa.
Doug Eby, un médico familiar en Alaska, habla de "la tiranía del encuentro entre un médico y su paciente". Él identifica este modelo típico para la atención de pacientes como el peor contexto imaginable para construir relaciones auténticamente humanas. La típica cita de un paciente es un encuentro privado, a puerta cerrada, que se caracteriza por grandes diferencias de poder y poca mutualidad. Uno de los miembros está por lo menos parcialmente desnudo, y el otro a menudo vestido con el atuendo sacerdotal de la profesión médica. Su interacción por lo general es guiada por un guión que sigue un patrón predecible dictado por el médico.
John McKnight (Asset-Based Community Development) dice que "los sistemas para brindar servicios nunca pueden reformarse para generar el cuidado. El cuidado es el compromiso mutuo de ciudadanos entre sí. El cuidado no puede ser producido, ni privilegiado, ni gestionado, ni organizado, ni administrado, ni convertirse en una mercancía. El cuidado, unos de otros, es lo único que un sistema no puede producir. Todo esfuerzo institucional para sustituir lo auténtico, es una falsificación. "El cuidar unos de otros es, de hecho, la expresión de una comunidad. La comunidad es el espacio para las relaciones de los ciudadanos. Y es en este lugar, que el trabajo principal de una sociedad solidaria debe ocurrir. Si ese sitio es invadido, confiscado, abrumado y dominado por instituciones productoras de servicios, el trabajo de la comunidad fracasará. "
Sin duda, los límites son importantes. Igualmente sin duda alguna existe el hecho de que Loida y yo tenemos diferencias significativas, diferencias en cuanto a educación formal, ingresos, estátus, género, y cultura. Pero me doy cuenta de que si quiero cuidar de Loida, tengo que estar preparado para darle menos importancia a esas cosas que amenazan mantenernos en ámbitos separados, y permitirme a mí mismo participar, junto con ella, como seres humanos en una búsqueda común por mejorar la salud.
El día después de su visita, llamé a Loida para informarle de los resultados del examen de laboratorio que se le había hecho. Ella interrumpió mi informe para preguntar: "¿Cómo está tu brazo, cariño"? Cuando le dije que me dolía un poco, ella presumió: "Pues, el mío está muy bien."